La Helsinki School se ha convertido probablemente en la mejor y más avanzada escuela de fotografía del mundo. Es inútil buscar un look, o una similitud temática, estilística o material entre sus fotógrafos. La escuela se define por una metodología de trabajo que considera la cámara como una “herramienta conceptual” y que enseña a sus alumnos a trabajar con el concepto de “serie fotográfica”, redactar “artist statements” y en definitiva a reinventarse constantemente como artistas. De este modo la Helsinki School no persigue crear un movimiento fotográfico como tal, ni siquiera crear un paradigma de “fotografía finlandesa”. Sin embargo, todos sus fotógrafos comparten y trabajan sobre una concepción estética, una luz y una poética del paisaje (interior y exterior) muy “nórdica”.
Aino Kannisto (Espoo, Finlandia, 1973) se graduó en la University of Art and Design Helsinki en 2001 y se ha convertido en una de las más interesantes fotógrafas europeas en el género del autorretrato. Su estilo de representación como una mujer, siempre sola, en situaciones aparentemente anecdóticas no puede ser más equívoco. La intensidad emocional que irradian sus fotografías es de alto voltaje. Como si fueran fotos fijas de una película, cada imagen narra una historia con un enigma a resolver por un espectador con unas vistas privilegiadas: el sueño de cualquier voyeur. Cada foto nos presenta un personaje diferente y único, Aino representa en cada obra un papel, cuestionando así que sus fotos sean autorretratos en sentido estricto. Su talento visual para crear atmósferas eléctricas convierte la palabra en algo enteramente superfluo.
Riitta Päiväläinen (Maaninka, Finlandia, 1969), graduada en 2002, viene trabajando sobre la temática Vestige desde 1996 desarrollando diversas series como las que mostramos en esta ocasión: “Structura”, “Wind” y “Amori Blue Forest”. Como siguiendo una especie de juego infantil, Riitta construye instalaciones con ropa usada que encuentra en mercadillos y tiendas de segunda mano y que después fotografía en impresionantes paisajes helados. De esta forma consigue un insólito diálogo entre ambos. Las ropas se convierten en esculturas que recrean simbólicamente el aura de sus anteriores propietarios, una llamada a la memoria y a la identidad perdida, según Riitta, “un encuentro imaginario”.
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